CULTURA
EL ARTE DE CURAR EN LA HISTORIA
Hace muchos años, el Diario La Nación publicaba un suplemento con temas de interés histórico. En este caso, se trata de un dossier sobre el Arte de Curar, donde tiene un rol protagónico el Dr. León Tenenbaum y colaboraciones de nuestro Efraín Bischoff, de León Benarós y Hugo Nario. Lamentablemente, por ser una separata del diario no tiene fecha, porque no se guardó con la edición del periódico. Hemos elegido algunas notas que creemos serán del agrado de nuestros lectores. En el párrafo de presentación que acompaña un bella foto de la antigua Facultad de Medicina de Buenos Aires, Tenenbaum escribe: “El cuidado de la salud a la europea nació en nuestro país con la fundación de las ciudades, como lo hizo Garay con la actual Buenos Aires al reservar un terreno para construir el hospital. Con el final del siglo XIX, comenzó la medicina del presente siglo”. Prometemos volver. Ahora seleccionamos una nota de Tenenbaum sobre la primera transfusión de sangre, y la de Bischoff, que habla de nuestro Hospital de Clínicas. Y completamos con fotos de antiguos instrumentos al servicio de la salud en esos tiempos. (Luis Rodeiro).
Frente de la antigua Facultad de Medicina de Buenos Aires, con un bajo relieve alegórico de una clase de anatomía.
Dos momentos
León Tenenbaum
La primera transfusión de sangre citratada se realizó en nuestra ciudad(1) el 9 de noviembre de 1914, en el Instituto Modelo de Clínica Médica del Hospital Rawson.
Sobre la vieja idea de transfundir sangre a quien la necesitara o la hubiere perdido en gran cantidad, tras la identificación de los grupos sanguíneos, cuyo desconocimiento inicial tantos accidentes ocasionó, quedaba el problema de simplificar la engorrosa técnica brazo a brazo y por bombeo, a que obligaba la imposibilidad de mantener fluida la sangre fuera del cuerpo.
Es el problema que resolvió el talento investigador del doctor Luis Agote, profesor de clínica médica, quien mediante el agregado de partes de citrato neutro de sodio logró retardar e impedir su coagulación para su más cómodo empleo y aun su almacenamiento en bancos especiales.
Esa primera transfusión fue conducida por el mismo Agote y practicada por el entonces brillante clínico doctor Ernesto V. Merlo. Cabe consignar que previo a la experiencia, el doctor Agote se hizo inyectar por vía endovenosa la medicación agregada para tener la certeza de que no perjudicaría al paciente.
Un lector de La Nación, ex médico del Instituto Modelo de Clínica Médica del Hospital Rawson –Juan Jorge Villa- en carta enviada al diario (12/5/85) agrega precisiones: la transfusión se realizó en la Sala Fernández, de hombres, cama 14.
La primera aplicación de insulina. Esta hormona descubierta por Banting y Best, en Canadá, en 1921, se aplicó por primera vez en el antiguo Hospital de Clínicas de Buenos Aires, en fecha tan temprana como septiembre de 1923. Fue impulsada y estuvo a cargo de los doctores Bernardo A. Houssay y Pedro Escudero, profesor de Fisiología uno y de Clínica Médica el otro.
Esta experiencia fue un acontecimiento que conmovió a la medicina argentina, “cruzó rápidamente las fronteras y llenó de esperanzas a la gran cantidad de enfermos afectados de diabetes distribuidos por todo el mundo”. Mostraba, además, que la medicina argentina estaba por entonces “a la altura de las más avanzadas, con profesores universitarios que lideraban escuelas médicas de gran predicamento y eficaz labor de asistencia e investigación” (La Nación, 22/11784).
1. Se refiere a Buenos Aires.
El Clínicas de Córdoba
Efraín U. Bischoff
El pivote de una noble tradición cordobesa, enclavado en una zona barrial, ahora engullida por la gran ciudad. Pero se ha seguido resistiendo a perder la identidad forjada desde el 24 de mayo de 1913. La fecha resulta inolvidable para la ciencia argentina: remite a cuando en el sector llamado Alberdi fue inaugurado el Hospital Nacional de Clínicas, con el orgulloso frontispicio asomando sobre la calle Santa Rosa.
Desde aquel meridiano, recostado los fondos del predio con el río Suquía, se forjó un friso inconfundible de delantales blancos, mensajes de los grandes maestros, anécdotas singulares llevada en la memoria de los estudiantes de todos los rumbos que vinieron a escuchar lecciones de medicina, pasiones turbulentas desgastadas por el tiempo y lágrimas asomadas al leer las cartas interrogando cómo andaban los estudios del hijo que se ansiaba verlo regresar convertido en doctor.
Día solemne de pecheras blancas y de cuellos duros aquel de 1913, cuando llegaron hasta el edificio de fornidas columnas, de corredores amplios y de salones inmensos –todo ahora convertido en monumento histórico por decreto presidencial del 31 de diciembre de 1996, el rector de la Universidad, Julio Dehesa, y el decano de la Facultad de Medicina, José María Escalera, para abrir las puertas con ánimo de estreno, como si allí brotara un manantial de sabiduría.
Y encargado de inaugurar el hospital fue el doctor Pedro Vella, mediante su voz profundamente humana, altamente generosa y orientadora con sus colegas de la enseñanza hipocrática.
El sueño de aquel hospital fuera del radio de la ciudad estaba ya convertido en realidad. Cuarenta años hacía que se intentaba llegar a ese momento. La prédica periodística de El Interior, la terquedad progresista de Luis Rossi y otros profesores, y algunas veces la benigna decisión de autoridades gubernativas, habían logrado el triunfo.
La vida comenzó a girar teniendo como hito –y de los más notables de la ciudad- al Clínicas con la fuerza de sus pasiones, sus rebeldías, sus vuelos de libertad, sus escondrijos penumbrosos, con sus explosiones de alegría juvenil y sus meditaciones de corazón adentro.
A pesar de muchos ventarrones, soportados por los gruesos muros y todo el entorno del barrio, su perfil sigue siendo el mismo que aún rescata, en el silencio o en una desvanecida canción, todo lo auténtico del pasado cordobés.
Fotografía tomada del suplemento “El arte de curar” La Nación.